Por decisión unánime ‘Canelo’ derrota en la tercera pelea a Golovkin
Saúl “Canelo” Álvarez es el indiscutible amo el la división de los supermedios en los cuatro organismos del boxeo. Derrotó por decisión unánime a Gennady Golovkin en la tercera pelea de su rivalidad.
Además de recibir el cinturón Guerrero Jaguar Zapoteca que consagra el arte del estado de Oaxaca. Un combate menos explosivo de lo que se esperaba y más táctico de lo que quisieran los aficionados.
Si esta pelea hubiera empezado por el final, habría tenido más sentido. Durante siete episodios, el kazajo parecía en estado catatónico con un boxeo especulativo y sin demasiada fuerza. El Canelo funcionó como un pedazo de músculo voluntarioso que siempre avanzó para lastimar. Todo cobró un giro en los últimos asaltos, cuando Triple G pareció despertar de su letargo y volver a ser esa versión rápida y clásica del boxeo de Europa oriental.
Hay rivalidades que adquieren niveles de afrentas. Algunas han confrontado a los oponentes como si fueran verdaderos enemigos naturales y no sólo contendientes en un deporte peligroso. Erik Morales odiaba con sinceridad a Marco Antonio Barrera y Julio César Chávez dijo que quería arrancarle la cabeza a Greg Haugen.
Canelo no ocultó en el trayecto a este combate que el odio contra Golovkin es genuino. Que lo detesta porque para el tapatío la cortesía y buenas maneras de Triple G son falsas y le ofenden. Por eso no tuvo mesura en anunciar que quería noquear a un peleador que jamás fue puesto en la lona.
La primera pelea en 2017 fue un empate que provocó protestas de los detractores del mexicano. La segunda en 2018 fue victoria para el pelirrojo, con aún más protestas de sus malquerientes. Esta vez, estaba ante la oportunidad de sepultar cualquier duda.
La ceremonia de los himnos puso los primeros contrastes, el de Kazajistán, un canto épico con reminiscencias de estepas y épicas. El de México como clímax de estos días de Fiestas Patrias.
Después de la derrota que sufrió ante el campeón semicompleto, Dmitry Bivol, el tapatío no podía permitirse otra derrota, No ayudaría en su imagen ni en sus bonos mercantiles. Y se notó desde el primer episodio, en el capítulo dedicado al estudio del rival, a asentarse en la lona. Ahí el pelirrojo fue más agresivo y voluntarioso ante el cálculo del kazajo.
El tapatío de 32 años en combustión permanente, mientras el kazajo, de 40 años, mesurado, más especulativo de lo que acostumbra.
Cada resorte de las piernas del tapatío, parece provocado por una explosión que culminaba en un golpe. Recto y gancho de derecha, combinación repetitiva que parecía ir haciendo un trabajo de zapa que minaba gradualmente a Golovkin, más vulnerable que en cualquiera de sus 44 peleas anteriores.
Hasta la mitad de la contienda el kazajo se atrevió a soltar las manos con mayor confianza. Si antes parecía como si de pronto hubiera perdido la memoria y no recordara la clase de guerrero que había sido en el pasado, de pronto sufrió una súbita transformación.
Con el tiempo que se escapaba, Golovkin se atrevió en el octavo asalto a golpear a Canelo. Hizo daño, fue como un repentino y pequeño chispazo de aquello que solía mostrar, aunque la respuesta del mexicano fue también potente.
A partir de entonces empezó el verdadero combate, con un Golovkin apurado por revertir lo que no hizo en los episodios anteriores. Buscando el rostro del mexicano y con la ansiedad de provocar algún estrago. Canelo empezó a dar signos de esfuerzo, ya no era la pelea plácida de los episodios anteriores.
Tarde, Golovkin, demasiado tarde para convertirse en el peleador que solía ser. Aun así, logró subirle la emoción al pleito que se agotaba en promesa incumplida. En esos últimos capítulos se notó el kazajo y Canelo ya no parecía el dueño absoluto de la noche. El veredicto fue justo, pero los capítulos del final parecían que correspondían a otra pelea distinta a la del inicio.