Luchar contra el virus en la frontera más caliente de Sudamérica

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El cierre de los pasos fronterizos entre Colombia y Venezuela golpea a los miles de migrantes que a diario llegan a la ciudad de Cúcuta

La imagen es recurrente. Cada día, desde hace años. Miles de migrantes transitan sin descanso por el puente internacional Simón Bolívar, el principal cruce fronterizo entre Colombia y Venezuela. Una instantánea que incluye a agentes de viajes que venden trayectos en autobús a cualquier capital de Sudamérica y el sonido incesante de las ruedas de maletas y carritos que transportan todo tipo de mercancías. Desde el sábado, cuando el Gobierno de Iván Duque ordenó el cierre de los siete pasos limítrofes como parte de sus intentos para frenar la propagación del coronavirus, en lugar del bullicio se encuentran las vallas de las autoridades migratorias.

En la región, las medidas de los distintos Gobiernos para contener la pandemia vienen precedidas por una emergencia migratoria sin precedentes, con crecientes necesidades humanitarias. De los cerca de cinco millones de venezolanos que han huido de la devastadora crisis de su país, más de 1,7 millones han encontrado refugio en la vecina Colombia, el principal destino. Los desplazados de Venezuela iban rumbo a superar en número este año a los de Siria, aunque las proyecciones caducaron ante el nuevo escenario. Cúcuta, la mayor urbe colombiana sobre la frontera, ha sido el embudo de uno de los mayores flujos de personas en el mundo, con la consecuente presión para el sistema de salud. Un ejemplo: desde mediados de 2018 en el Hospital Universitario Erasmo Meoz nacen más bebés de madres venezolanas que de colombianas.

Las repercusiones para los migrantes, incluyendo a los “pendulares” –es decir, aquellos que cruzan la frontera para buscar dinero, alimentos o medicinas, y después regresan– son enormes. Solo en la capital del departamento de Norte de Santander, el éxodo se traducía en comedores comunitarios que repartían miles de platos diarios y colegios que atendían miles de alumnos que cruzaban desde el otro lado para recibir clases. Esos alivios quedan ahora en el limbo ante medidas como el cierre de los pasos, pero también la cuarentena decretada por Caracas o la suspensión de clases decidida desde Bogotá. La compleja problemática se extiende a una porosa frontera por donde históricamente ha proliferado todo tipo de contrabando, más de 2.200 kilómetros en los que abundan los pasos ilegales conocidos como trochas.

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